miércoles, 15 de junio de 2016

domingo, 12 de junio de 2016

Latinoamérica

Soy,
Soy lo que dejaron,
soy toda la sobra de lo que se robaron.
Un pueblo escondido en la cima,
mi piel es de cuero por eso aguanta cualquier clima.
Soy una fábrica de humo,
mano de obra campesina para tu consumo
Frente de frio en el medio del verano,
el amor en los tiempos del cólera, mi hermano.
El sol que nace y el día que muere,
con los mejores atardeceres.
Soy el desarrollo en carne viva,
un discurso político sin saliva.
Las caras más bonitas que he conocido,
soy la fotografía de un desaparecido.
Soy la sangre dentro de tus venas,
soy un pedazo de tierra que vale la pena.
soy una canasta con frijoles ,
soy Maradona contra Inglaterra anotándote dos goles.
Soy lo que sostiene mi bandera,
la espina dorsal del planeta es mi cordillera.
Soy lo que me enseño mi padre,
el que no quiere a su patria no quiere a su madre.
Soy América latina,
un pueblo sin piernas pero que camina.

Tú no puedes comprar al viento.
Tú no puedes comprar al sol.
Tú no puedes comprar la lluvia.
Tú no puedes comprar el calor.
Tú no puedes comprar las nubes.
Tú no puedes comprar los colores.
Tú no puedes comprar mi alegría.
Tú no puedes comprar mis dolores.

Tengo los lagos, tengo los ríos.
Tengo mis dientes pa` cuando me sonrío.
La nieve que maquilla mis montañas.
Tengo el sol que me seca y la lluvia que me baña.
Un desierto embriagado con bellos de un trago de pulque.
Para cantar con los coyotes, todo lo que necesito.
Tengo mis pulmones respirando azul clarito.
La altura que sofoca.
Soy las muelas de mi boca mascando coca.
El otoño con sus hojas desmalladas.
Los versos escritos bajo la noche estrellada.
Una viña repleta de uvas.
Un cañaveral bajo el sol en cuba.
Soy el mar Caribe que vigila las casitas,
Haciendo rituales de agua bendita.
El viento que peina mi cabello.
Soy todos los santos que cuelgan de mi cuello.
El jugo de mi lucha no es artificial,
Porque el abono de mi tierra es natural.

Tú no puedes comprar al viento.
Tú no puedes comprar al sol.
Tú no puedes comprar la lluvia.
Tú no puedes comprar el calor.
Tú no puedes comprar las nubes.
Tú no puedes comprar los colores.
Tú no puedes comprar mi alegría.
Tú no puedes comprar mis dolores.

Você não pode comprar o vento
Você não pode comprar o sol
Você não pode comprar chuva
Você não pode comprar o calor
Você não pode comprar as nuvens
Você não pode comprar as cores
Você não pode comprar minha felicidade
Você não pode comprar minha tristeza

Tú no puedes comprar al sol.
Tú no puedes comprar la lluvia.
(Vamos dibujando el camino,
vamos caminando)
No puedes comprar mi vida.
MI TIERRA NO SE VENDE.

Trabajo en bruto pero con orgullo,
Aquí se comparte, lo mío es tuyo.
Este pueblo no se ahoga con marullos,
Y si se derrumba yo lo reconstruyo.
Tampoco pestañeo cuando te miro,
Para q te acuerdes de mi apellido.
La operación cóndor invadiendo mi nido,
¡Perdono pero nunca olvido!

(Vamos caminando)
Aquí se respira lucha.
(Vamos caminando)
Yo canto porque se escucha.

Aquí estamos de pie
¡Que viva Latinoamérica!


No puedes comprar mi vida.



"Latinoamérica"
Calle 13

Amores que matan III



Eminem- Rihanna
"Love the way you lie"


[Rihanna]
Solo voy a quedarme ahí y verme quemar
Pero está bien, porque me gusta como duele
Solo voy a quedarme ahí y escucharme llorar
Pero está bien, porque amo como mientes, amo como mientes
Amo como mientes

[Eminem]
No puedo decirte lo que es realmente
Solo puedo decirte que se siente
Y ahora mismo sigue siendo de noche en mi tráquea
No puedo respirar, pero sigo peleando contra lo que no puedo
Mientras lo equivocado se sienta bien, es como si estuviera volando
Mas arriba que la ley, borracho de mi odio,
Es como si estuviese inhalando pintura y más me encanta, más sufro, Me sofoco
Y justo antes de ahogarme, ella me resucita
Ella me odia, y me encanta.
¡Espera! ¿Qué estás haciendo? Te estoy dejando
No, no lo harás. Vuelve, estamos volviendo.
Aquí vamos otra vez
Es tan enfermizo porque cuando está yendo bien, está yendo genial
Soy Superman con el viento en su espalda
Ella es Louis Lane, pero cuando está yendo mal es horrible, me siento tan avergonzado y quiebro
Quien es este tipo? Ni siquiera conozco su nombre
Puse mis manos en él, nunca caeré tan bajo otra vez
Supongo que no conozco mi propia fuerza

[Coro]
Solo voy a quedarme ahí y verme quemar
Pero está bien, porque me gusta como duele
Solo voy a quedarme ahí y escucharme llorar
Pero está bien, porque amo como mientes, amo como mientes
Amo como mientes

[Eminem]
Alguna vez amaste a alguien tanto que apenas puedes respirar
Cuando estas con él
Lo conoces y ninguno de los dos sabe que los golpeo
Tienes ese sentimiento raro y caliente
Si, solías sentir esos escalofríos
Ahora te esta enfermando mirarlo
Juraste que nunca lo golpearías; nunca harías nada por lastimarlo
Ahora están cara a cara tirando veneno en sus palabras cuando las escupen
Se empujan, se tiran del cabello, se rasguñan y se golpean
Tíralo al piso, clávalo
Tan perdido en los momentos cuando estás en ellos
Es una carrera y ese es el culpable que controla tu bote
Así que dicen que lo mejor es que cada uno siga su camino
Supongo que no te conocen porque eso fue ayer
Ayer ha terminado; es un día diferente
Suena como canciones rotas sonando otra vez, pero se lo prometiste
La próxima vez que te resistas
No tendrás otra oportunidad
La vida no es un juego de Nintendo
Pero mentiste otra vez
Ahora te toca mirarla salir por la ventana
Supongo que por eso la llaman ventana del dolor*

[Coro]
Solo voy a quedarme ahí y verme quemar
Pero está bien, porque me gusta como duele
Solo voy a quedarme ahí y escucharme llorar
Pero está bien, porque amo como mientes, amo como mientes
Amo como mientes

[Eminem]
Ahora sé que dijimos cosas, hicimos cosas que no queríamos
Y volvimos a caer en los mismos patrones, misma rutina
Pero tu humor es tan malo como el mío
Eres lo mismo que yo
Pero cuando se refiere al amor, eres igual de ciega
Nena, por favor vuelve
No eras vos, nena era yo
Quizás nuestra relación no era tan enfermiza como parecía
Quizás eso es lo que pasa cuando un tornado encuentra un volcán
Todo lo que sé es que te amo demasiado para irme
Ven adentro, levanta tus maletas de la vereda
No escuchas sinceridad en mi voz cuando hablo?
Te dije que esto es mi culpa
Mírame a los ojos
La próxima vez que me enoje, mi puño ira contra la pared de yeso
La próxima vez, no habrá próxima vez
Me disculpo a pesar de que se que son mentiras
Estoy cansado de los juegos, solo la quiero de vuelta
Se que soy un mentiroso
Si ella vuelve a intentar dejarme
La voy a atar a la cama y prenderé esta casa fuego

[Coro]
Solo voy a quedarme ahí y verme quemar
Pero está bien, porque me gusta como duele
Solo voy a quedarme ahí y escucharme llorar
Pero está bien, porque amo como mientes, amo como mientes

Amo como mientes

Amores que matan II

Es sólo una historia más..
La Bella y la Bestia

[Porta]

Ella era bella,
frágil como una rosa,
él era una bestia
esclavo de sus impulsos

Único día que les ataron esposas
ya no eran niños,
crecieron,se hicieron adultos juntos

Todo marchaba bien,
eso parecía en su primera luna de miel
juró serle de por vida fiel
y ella a él,
una historia como otra cualquiera(sí)
quién les ve y quién les viera

Pero el tiempo pasa
y las relaciones se agotan
se cansan,
ella ni lo nota
porque esta ciega,
ciega de amor

Pero no aguanta la monotonía
ya no quería ser dueño de una sola tía
o eso le decía a sus colegas de copas

''Yo salgo con otras,pero ella ni lo nota''

Bella estaba ciega
pero no era tonta,
ya dudaba

Tantas noches sola
cuantas horas de la madrugada

La primera vez fue la mas dolorosa,
te regaló una infidelidad por cada rosa
y es que el perdón será tu debilidad
pero lo que pasa una vez
siempre sufre de una vez más

[Estribillo]

Este cuento no es eterno
debo salir ponerle un fin
ser más fuerte que esa bestia
debo salir
quiero vivir
quiero vivir

[Norykko]

Tantas cicatrices ya no puedo más
me duelen las entrañas
de tanto sangrar..

No existe un maquillaje que pueda tapar
este moretón que es mi corazón
Ya no se cuánto más tiempo podré aguantar
ya no me quedan lágrimas para llorar
el peso de estos años me doblan la edad
En cada rincón tengo un moretón

Dime que esto no ha pasado
tu dime que el barrio ha olvidado
mañana todo habrá cambiado
y esto será sólo un horrible recuerdo

Sé que me quieres mi vida
yo sé que no habra más heridas
mañana sera un nuevo día
Y otra vez seremos felices de nuevo

[Porta]

Empiezan las discuciones,
parece que a él no le gustan,
se vuelve insensible y agresivo
y a Bella le asusta

Lágrimas caían,tras un empujón
y el primer puñetazo,
te conformas con un perdón
y un simple abrazo

No quieres darle importancia
porque no quieres perderlo
pero sientes impotencia
y a la vez pánico y miedo

No puedes creerlo todavía,
después de tantos años
''Te preguntas por qué te has caído en el puente''

El silencio no te ayuda,
sé que no sabes que hacer,
sabes que fue la primera
y no será la última vez

Créeme sé que no quieres más problemas
pero no te quedes en silencio
si tu marido te pega

Porque no le perteneces,
te mereces mucho más
Ese cretino tienen autoridad
se la das y él se crece

No puedes detenerle,
no puedes defenderte,
no puedes hacer más que rezar por tener suerte

Cada día más normal
pasar del amor al odio,
se convirtió en algo habitual
otro mal episodio

Bestia no te quiere
pero quiere que seas suya
para siempre

''¡Si no eres mía,no serás de nadie entiendes!''

Bella no podía más,
el cada día era más bestia

Cuando ella quiso hablar
ya era demasiado tarde,
se dio cuenta que vivía junto al mal
'La Bella y la Bestia''
Prefiero no contaros el final

[Estribillo]

Este cuento no es eterno
debo salir ponerle un fin
ser más fuerte que esa bestia
Debo salir
quiero vivir
quiero vivir

[Norykko]

Tu final atravesó mi alma en sólo un compás
callaste mis lamentos con brutalidad
me has convertido en un triste numero más
Tu triste corazón fue tu perdición

Es demasiado tarde para ir hacia atrás
no volveré a tener otra oportunidad
seré sólo un mal día en la prensa local
Pero mi dolor será tu prisión

Y si yo ahora puediera cambiar en algo tus miserias
daría todo porque entendieras
sólo un segundo de mi sufrimiento

Espero que al menos mi historia
no quede sólo en la memoria
Y traiciona nuestra trayectoria,
Que no se repita jamás este cuento

[Estribillo]

Este cuento no es eterno
debo ponerle un fin(¡Porta!)
ser más fuerte que esa bestia(¡Norykko!)
Quiero salir
quiero vivir(Trastorno Bipolar)

Sé más fuerte que esa Bestia
debes salir,
vuelve a vivir

(La Bella y la Bestia)

Sé más fuerte,
camina hacia adelante,
no te rindas,

no te quedes en silencio..



Porta- Noryko
"La bella y la bestia"

Amores que matan



Espero que guardes de mi algún recuerdo

Yo por mi parte prefiero renunciar
Te vas porque quiero que escapes deste infierno
Lo puedo pactar con sangre nuestro final


Yo no puedo seguir con este juego
No quiero morir de nuevo mil veces


Después de los dos no habrá
- Una palabra -
Ya nada quedará
- Solo una lágrima -
Después de morir por ti
- Y resucitar -
Ya nada queda, ya nada nos queda


Prefiero morir de amor
Que vivir así
Quisiera morir de amor
Que seguir igual
Agonizando entre tus brazos


No digas palabras que se las lleve el viento
No quieras jugar el fantasma que nunca se va
Quiero que salga de nuevo el sol de invierno
Tal vez debería dormir sin despertar


Yo no puedo seguir con este juego
No quiero morir de nuevo mil veces (de nuevo mil veces)


Después de los dos no habrá
- Una palabra -
Ya nada quedara
- Solo una lagrima -
Después de morir por ti
- Y resucitar -
Ya nada queda, ya nada nos queda


Prefiero morir de amor
Que vivir así
Quisiera morir de amor
Que seguir igual
Agonizando entre tus brazos


Después de los dos no habrá
- Una palabra -
Ya nada quedara
- Solo una lagrima -
Despues de morir por ti
- Y resucitar -
Ya nada queda, ya nada nos queda


Prefiero morir de amor
Que vivir así
Quisiera morir de amor
Que seguir
Agonizando entre tus brazos


Después de los dos no habrá
- Una palabra -
Ya nada quedara
- Solo una lagrima -
Despues de morir por ti
Y resucitar
Ya nada queda, ya nada nos queda


Prefiero morir de amor
Que vivir así
Quisiera morir de amor
Que seguir

Agonizando entre tus brazos.




Kudai
"Morir de amor"

De fantasmas y otros cucos




Yo era un hombre bueno
si hay alguien bueno en este lugar.
Pagué todas mis deudas,
pagué mi oportunidad de amar.

Sin embargo, estoy tirado,
y nadie se acuerda de mí,
paso a través de la gente,
como el fantasma de Canterville.

Me han ofendido mucho
y nadie dio una explicación.
Ay! si pudiera matarlos,
lo haría sin ningún temor.

Pero siempre fui un tonto
que creyó en la legalidad
ahora que estoy afuera, yo sé lo que es la libertad.

Ahora que puedo amarte
yo voy a amarte de verdad,
mientras me quede aire, calor nunca te va a faltar,
y jamás volveré a fijarme en la cara de los demás.
Esa careta idiota que tira y tira para atrás.

He muerto muchas veces
acribillado en la ciudad,
pero es mejor ser muerto que un número que viene y va.

Y en mi tumba tengo discos
y cosas que no te hacen mal.
Después de muerto, nena,
vos me vendrás a visitar.


"El fantasma de Canterville", Sui Generis






El fantasma de Canterville
Intérprete: León Gieco

Las otras islas, Inés Garland

Para contar esta historia me gustaría volver a tener trece años, volver a esos días en los que no me interesaba la política ni la manera en que estaba dividido el mundo. Mi mundo era nuestra isla en el Delta, cada día de ese verano en el que conocí a Yagu, a Tatú y a Caroline (que, en inglés, se dice Carolain y con una erre distinta). En esos días, los ingleses eran solo Caroline y su papá, nuestros vecinos de la isla, no una nación que queda en otra isla muy lejana con reyes y primeros ministros, habitantes, soldados, y la idea, compartida por muchos, de que hay que apropiarse de partes del mundo que parecen no tener dueño.
Yagu y Tatú llegaron a la isla un jueves de enero, en el medio de nuestras vacaciones de verano. Mis hermanos y el hijo del doctor se bañaban en el río, pero a mí se me habían puesto los labios azules y mamá me había obligado a salir del agua y acostarme al sol. Los perros corrieron ladrando al muelle de los ingleses -le decíamos así porque era el muelle de la casa de Caroline y su papá y yo dejé el calorcito de las maderas y me levanté para ver quién llegaba. La colectiva aminoró la marcha y empezó las maniobras de atraque. Yagu estaba en el techo buscando la valija entre las cajas para el almacén, las bolsas de naranjas que la colectiva llevaba al Tigre y la torre de hueveras de cartón llenas de huevos frescos para el papá de Caroline. Tatú apareció por la popa de la colectiva, subió al muelle y atajó la valija que le tiró Yagu desde el techo. Era una valija verde, grande, pero él ni se tambaleó. La atajó, la bajó y se agachó a acariciar a los perros y a hablarles como si hubiera llegado sólo para visitarlos a ellos.
Todos nos quedamos mirando el desembarco de los recién llegados. Y esto fue lo que vimos, o, mejor dicho, lo que vi yo, porque los varones nunca parecían ver las mismas cosas que yo. Caroline apareció en el muelle en el momento en que Yagu saltaba del techo. Y Yagu aterrizó tan cerca de ella que casi la tocaba. Por un momento se quedaron los dos muy cerca, se miraron, se midieron, se gustaron tanto -vi yo que no se podían mover. Después, Yagu se alejó y se rió y dijo algo que no pude escuchar. Ella ni le sonrió. Era seca Caroline. Esa era la palabra que usaba papá. Seca. Como todos los ingleses, decía papá. El de la colectiva le pasó la torre de huevos a Caroline y la colectiva se alejó con su rugido. Los chicos aprovecharon las olas para tirarse al agua otra vez, pero yo me quedé mirando a esos tres ahí. A Caroline y a Yagu, que parecían hipnotizados, y a Tatú, con los perros; hasta el Negro, el perro más malo, lo saludaba como si se conocieran de toda la vida.
Ese es el principio de la historia: Tatú, Yagu y Caroline en el muelle, el sol caliente de enero, ella con la torre de huevos, Yagu con la valija verde, Tatú y los perros. Estábamos a un paso del cambio más grande de nuestra vida y no teníamos ninguna manera de saberlo.
-Correntinos -dijo papá esa noche-. Son sobrinos del dueño de la casa de madera.
Habíamos anclado el barco frente al muelle de los ingleses y comíamos en la proa, a la luz de un sol de noche. En la oscuridad saltaban los peces y en la isla las ventanas de las casas flotaban, amarillas por la luz de los faroles de kerosene. A veces se cruzaba una sombra o llegaba alguna voz, una puerta mosquitero se golpeaba, alguien salía al porche y se reía. Yo conocía todos los ruidos. Me gustaba sentarme a escucharlos. Los grillos y las ranas parecían tapar todo, pero después de un rato terminaban siendo como una música de fondo, una manta, la manta de la noche.
-Lindos chicos -dijo mamá, pero supongo que hablaba de Yagu, Tatú no era lindo.
Papá la miró un poco fuerte y mamá se río.
-Igual él se enamoró de Caroline -dije yo antes de pensar.
-Ya empezó Alberto Migré -dijo mamá, y mi hermano mayor hizo el gesto de tocar el violín.
Me debo haber puesto colorada, pero la luz del sol de noche casi no iluminaba nuestras caras, y nadie se dio  cuenta.
-¿Ya se enamoraron? ¿Cuándo se conocieron? -dijo papá, que, como todas las semanas, había llegado de la ciudad esa tarde.
Los correntinos se bajaron en el muelle de los ingleses -dijo mi hermano menor.
-El inglés no estaba -dijo mamá.
Yo lo había visto a la mañana temprano, con su caballete y sus pinturas, su sombrero de paja y las piernas blancas que le salían como palos de un short viejo. Lo había visto irse para el fondo de su terreno. Pero no dije nada. Si se iban a burlar de mí, no les pensaba contar nunca más las cosas que yo veía.
-Menos mal. Los hubiera sacado a los gritos -dijo papá
Siempre decía que el inglés era antipático y que se creía superior a nosotros, pero con el tiempo entendí que le tenía celos. A mamá le encantaban las pinturas del inglés, y hablaba mucho de eso. Por suerte el inglés era viejo, porque, si no, los celos de papá hubieran arruinado el verano. A mí el inglés nunca me pareció antipático. Me gustaba que estuviera ahí todos los días, que no se tuviera que ir a la ciudad como mi papá y el resto de los hombres. A las mujeres les caía bien el inglés y no le decían nada cuando recorría los jardines robando flores. Él, cada tanto, traía scones recién hechos. El inglés era como un tío viejo con pelos que le salían de las orejas, las manos manchadas de pintura y los ojos tan azules que parecían bolitas de vidrio.
-¿Así que hay romance en puerta? -dijo papá dándome un empujón.
No me gustaba que se burlaran de mí. Era verdad que yo era una romántica, pero también era verdad que veía los hilos que unen a las personas. Me imagino que para mis padres era incómodo que yo supiera de sus peleas o que supiera, por ejemplo, que a la mujer del doctor le gustaba el inglés, viejo y todo. No eran cosas que una chica de trece años tuviera que saber. Pero no era mi culpa que estas cosas me interesaran tanto. Tampoco era mi culpa que yo quisiera que el amor hiciera girar el mundo.
Los primeros días, Yagu se dedicó a pasear por la isla de una punta a la otra. Su sobrenombre venía de yaguareté, y era verdad que se movía como un gato. Donde fuera que estuviera Caroline, él aparecía. Pero ella parecía decidida a no tener nada que ver con él. Cada vez que lo veía, le daba la espalda.
Una mañana nosotros estábamos jugando carreras de natación desde lo del doctor hasta nuestro muelle, corriente abajo. Caroline tomaba sol en su muelle y nosotros pasábamos nadando. Ella me alentaba. No era nada seca conmigo, al contrario. Era imposible que yo saliera primera, pero ella me alentaba igual. La carrera, que más que carrera de verdad era un dejarse llevar por la corriente, terminaba en nuestro muelle, y volvíamos por el caminito hasta lo del doctor y nos volvíamos a juntar para largar otra. Habíamos pasado como cinco veces por el muelle de ella cuando Yagu apareció desde el fondo del terreno del doctor y nos preguntó si podía competir.
-Les doy ventaja -dijo cuando los chicos se quedaron mirándolo sin contestar.
-No es por eso -dijo mi hermano mayor. Claro que era por eso.
Largué la carrera sin darles demasiado tiempo a los otros de protestar. Preparados listos ya, y corrí a la punta del muelle y salté y todos gritaron y se tiraron. Yagu también.
Cuando llegué a nuestro muelle y salí del agua, él se estaba subiendo detrás de mí, chorreando agua. Estuvimos juntos en el muelle un momento, recuperando el aire. Mi hermano mayor y el hijo del doctor habían ganado otra vez y ya estaban corriendo por el caminito. Yagu y yo nos reíamos. De nada, porque sí. Creo que fue eso lo que le gustó a Caroline. Desde su muelle, nos miraba y sonreía también. Me dieron celos. Yo quería que ellos se enamoraran, pero también estaba harta de tener trece años. Quería ser grande y quería saber cómo era vivir un gran amor.
Como Yagu, Tatú también hacía honor a su nombre. Tenía una cara rara, con los ojos muy chiquitos y oscuros, y la nariz y la boca juntas, corno una trompa. Pero en lo que más se parecía a un tatú era en la forma de moverse. Se podía quedar horas al sol, mirando el río, muy quieto, más quieto que nadie, y de repente era corno si se le cruzara algo que quería hacer y salía a toda velocidad hacia una meta desconocida. Se movía rápido cuando le agarraba ese propósito que le agarraba de repente. Nosotros lo seguíamos como espías, para ver qué era lo que se le había ocurrido. No parecía molestarle que lo siguiéramos. Al contrario. Fue él quien nos enseñó a encarnar las lombrices para que no se salieran del anzuelo, y nos mostró muchas veces, hasta que aprendimos, cómo se hacía para sacarles el anzuelo de la boca a los pescados sin lastimarlos. Tenía las manos chicas y muy, muy hábiles.
Muchas veces, el propósito que le había agarrado era el de pescar. Hasta parecía que, mientras había estado quieto, había estado pensando dónde tirar la caña, como si el río le dijera a él solo dónde iba a haber pique ese día y a esa hora. Trataba a los pescados con una delicadeza que hacía que Yagu se burlara de él.
-Che, que no es tu novia -le decía Yagu.
Tatú no se enojaba -nunca se enojaba pero seguía desenganchando al pescado sin lastimarlo. Cuando creía que nadie lo veía, les hablaba. Yo lo escuché más de una vez, escondida entre las cañas. Decía cosas como ahora te devuelvo al agua, no tengas miedo, fue sólo un susto, ya pasó. Y bajaba los escalones del muelle, se acuclillaba, metía el pescado en el agua y lo movía para atrás y para adelante unas veces para que le entre el agüita en el cuerpo, nos dijo cuando nos enseñaba, y soltaba el pez, que se alejaba con un coletazo de libertad.
Sabía los nombres de los peces y podía reconocer los cantos de los pájaros. A todos los animales los llamaba "mis hermanitos". También a nosotros nos llamaba sus hermanitos. Me tenía una paciencia que ningún chico más grande me había tenido jamás, y yo lo seguía por todas partes para que me enseñara las cosas que sabía hacer: tejer canastos de mimbre, esteras de juncos, pajaritos con las hojas de las cañas. Hasta sabía amasar pan. Con esas manos chiquitas que tenía, Tatú podía armar un mundo en un rato. A su lado, las cosas parecían ordenarse. Esto no es fácil de explicar y yo tardé mucho tiempo en poder ponerle palabras, pero él parecía conocer un orden que el resto de las personas no conocíamos. Un orden que no era el orden de la ropa colgada y doblada en el ropero. Lo que él hacía era darles a las personas y a los animales, a las plantas, a todos, un lugar donde estaban bien, como si hubiera un lugar donde cada uno se sentía feliz y él lo supiera. Algo así. Él le ponía orden a Yagu, y Yagu, que parecía tan seguro de sí mismo, sin él se desordenaba y se perdía. Tatú era la tierra bajo los pies de Yagu.
Así que Yagu y Tatú pasaron a ser parte de nuestra vida cotidiana ese verano, y en pocos días fue como si siempre hubieran estado ahí. Éramos lo que ahora sé que se llama una comunidad. Todas las noticias eran bienvenidas por papá que volvía cada jueves con ganas de escuchar los detalles de la semana. Hasta que lo conocí a Tatú, él había sido para mí el árbitro, el juez supremo, el que tenía la última palabra sobre cada cosa que le con taba mamá o le contábamos nosotros. Creo que hasta ese verano yo le había contado todo.
Lo primero que le oculté fueron mis ganas de no tener más trece años. Lo segundo fueron las ganas de enamorarme que me daban Yagu y Caroline, y lo tercero fue mi amor por Tatú. No es que yo estuviera enamorada de Tatú, pero estaba segura de que ni papá ni mis hermanos hubieran entendido lo que yo sentía. Quería a Tatú de una manera diferente a como quería a mi familia o a mis amigos. No creo que hubiera podido explicar cuál era la diferencia porque hay cosas de mí misma que descubrí más tarde en la vida. Descubrí que yo no confiaba mucho en nadie: ni en mis hermanos ni en mis amigas; ni siquiera en mis papás. Había algo que siempre quedaba encerrado en mí, un pedacito asustado, un pedacito que pensaba que hasta las personas que más quería podían hacerme mal. Sin querer, pero daba lo mismo. Y eso no me pasaba con Tatú. Nunca, con nadie antes, había sentido la confianza que sentía cuando estaba con él. La bondad de su corazón se veía en cada cosa que hacía, en la manera en que nos trataba a nosotros o a los perros o al mismo Yagu, como si nada lo hubiera lastimado nunca y no tuviera que defenderse de nada. Tatú era como un pez que nunca había mordido un anzuelo. Y con él me sentía totalmente a salvo. Lo espiaba porque siempre espié a los demás, pero la paz que me daba seguirlo o estar con él en silencio no tenía explicación para mí. Alguien me dirá que esto lo siento ahora por lo que pasó después, en las otras islas. Pero no. Si lo conociera hoy por primera vez, volvería a sentir esa confianza de que nada malo podía venir de él.
No estaba espiando a Yagu y a Caroline cuando hablaron por primera vez. Se me ocurre que fue cualquiera de los días en que nosotros nos íbamos con el barco a la desembocadura del canal. A papá y a mamá les gustaba ver la ciudad iluminada desde el río, y cuando la corriente no era fuerte y no había viento, anclábamos ahí y pasábamos la noche. A nosotros también nos gustaba. Era distinto. El patacho solo en el medio del río, la tierra lejos, los juncos de un lado, hasta el horizonte, y la ciudad rodeada del resplandor de las luces, como una torta de cumpleaños gigantesca.
Una tarde Yagu y Caroline pasaron abrazados.
-Están todo el día chacoteando -dijo mamá ese jueves.
Caroline y Yagu se besaban en el río, en el muelle, pasaban por el caminito abrazados, hablaban en los escalones con las piernas enredadas. No se podían sacar las manos de encima.
-Parece que tu amigo mordió el anzuelo -le dijo mi hermano mayor a Tatú una tarde que pescábamos desde nuestro muelle.
-Más bien parece que los hubieran agarrado juntos con el mediomundo -dijo Tatú.
Eso era lo que él hacía: ver las cosas de otra manera
-Le va a hacer bien. Él no es para andar solo -dijo.
Yo pasaba todo el tiempo que podía con Tatú. No hablábamos mucho, pero a veces yo le contaba alguna cosa del colegio o de Colmillo blanco y que era el libro que es taba leyendo, y él me contaba alguna cosa de Corrientes, de su mamá o de sus hermanos. Eran nueve. Un montón. Y Tatú era el tercero. Me aprendí los nombres de memoria y él me los tomaba, como si fuera una prueba. La más chiquita era mujer y Tatú la extrañaba más que a ninguno. Se llamaba Estrella. Él me pidió que le enseñara una canción en inglés y le enseñé "Twinkle Twinkle Little Star" que es una canción a una estrella que me habían enseñado en el jardín de infantes. Se la cantábamos al lucero de la tarde que salía solito sobre las copas de los árboles de la orilla de enfrente.
 Vistos desde ahora, esos días entraban uno en el otro como un paisaje que pasa por la ventanilla del auto. Los juegos en el río, los enamorados, la pesca con Tatú, todo se repetía, día tras día. Era igual y nuevo cada vez. Esa era nuestra vida, llena de ritos, protegida, libre.
En febrero, Tatú y Yagu se tuvieron que ir a Buenos Aires a hacer la colimba. Era por eso que habían venido de Corrientes, pero nosotros no lo sabíamos. Caroline se convirtió en una especie de sombra que se pasaba los días en el muelle, mirando pasar el río, fumando.
-Anda como alma en pena -decía mamá. Nosotros nos aburríamos. Especialmente yo. No sabía qué hacer con las horas que antes pasaba con Tatú.
-Pesquen solos -decía papá-. Si antes siempre pescaban solos, ¿por qué ahora tiene que estar Tatú?
-No es lo mismo pescar solos.
De repente me parecía que ya no sabíamos encarnar, que no sabíamos dónde tirar la caña, que los peces se habían ido a vivir a otra parte si Tatú no estaba.
En abril de ese año estalló la Guerra de las Malvinas. Yo no quiero hablar de política, del imperialismo o de las maniobras de un lado y de otro para retener el poder. Yo quiero hablar de Tatú y de Yagu. Los gobernantes de allá y de acá, los que tomaron las decisiones, están en los libros de Historia. Yagu y Tatú, no. De ellos, si no hablo yo, no habla nadie.
Los habíamos visto una sola vez desde febrero, con el pelo rapado, feos. Tatú me había hecho algunos cuentos de la colimba que a mí no me gustaron, no me los podía imaginar, ni a él ni a Yagu, yendo para acá y para allá con un rifle, obedeciendo las órdenes de alguien que les gritaba todo el día. A ellos tampoco les gustaba nada de eso, pero Tacú no dijo mucho.
-Ahora estoy acá -me dijo-. ¿Cómo me voy a perder este día hermoso, que nunca más va a existir, hablando de allá?
Desde los primeros días de abril, "allá" ya no fue Campo de Mayo, fueron las islas Malvinas. Los militares que gobernaban el país decidieron hacer un desembarco en las islas Malvinas para demostrar que eran nuestras. Y los ingleses nos declararon la guerra. Así de rápido. Y a Yagu y a Tacú los mandaron a las islas a pelear contra los ingleses. Por la televisión mostraron un montón de gente que se juntó en Plaza de Mayo y el milico máximo, como le decía papá, dijo "Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla". Papá dijo que era una locura, que los ingleses nos iban a hacer papilla. Yo me puse a rezar todas las noches para que nada malo les pasara a Yagu y a Tatú. No me lo podía imaginar a Tacú en ninguna guerra. La verdad es que tampoco me podía imaginar una guerra.
Nosotros, los chicos de la ciudad, habíamos vuelto al colegio y pasábamos en la isla solo los fines de semana. Las hojas se habían puesto rojas y amarillas, y el río y los árboles parecían unidos por los mismos colores. Mamá nos enseñó a todos a tejer cuadrados de lana para hacer mantas para los soldados. Nos pasábamos horas tejiendo y hablando de Yagu y Tatú. El doctor colgó una bandera argentina en el porche y le prohibió a su mujer y a su hijo que hablaran con el inglés. Como nosotros seguíamos hablando con el inglés, dijo que éramos unos vendepatrias. El inglés le dijo a papá que el doctor era un imbécil y que usaba la guerra para su propia agenda secreta. En ese momento no entendí. Tampoco pregunté.
Una noche, anclarnos en la desembocadura y vino una lancha de la Prefectura a decirnos que apagáramos todas las luces, que teníamos que estar a oscuras por si los ingleses nos bombardeaban. Por un momento muy breve y ridículo pensé que los de la Prefectura hablaban de nuestros ingleses, de Caroline y su papá.
Esa noche la ciudad desapareció en la oscuridad. Todo a nuestro alrededor y hasta donde llegaban los ojos era negro. Sólo los ruidos me aseguraban que el mundo seguía estando ahí: el golpeteo del agua contra el casco, el chillido de algún pájaro, las voces de mis hermanos que hacían preguntas, las de mamá y papá que contestaban. Estábamos acostados en nuestros camarotes, cada uno en su cucheta, pero habíamos dejado todas las puertas abiertas para hablar en la oscuridad.
No podía dejar de pensar en Tatú. ¿Qué haría en las islas...? ¿Podría ir de pesca algún día?
-En el mar hay muchos peces -dijo mi hermano mayor.
-A lo mejor pesca desde la costa -dijo papá.
Pero algo en el tono de su voz me hizo pensar que estábamos diciendo cualquier cosa.
Un domingo, Caroline me vino a buscar para que le escribiéramos una carta a Yagu. Nos sentamos las dos en la proa del barco y escribimos toda la mañana. El sol se había puesto más blanco y había olor a humo en el aire. La carta de Caroline era para decirle a Yagu que se volvía a Inglaterra con su papá. A mí no me pareció una buena idea mandarle a Yagu, que estaba en la guerra, una carta con esa noticia, pero ella dijo que igual no tenía cómo mandársela, que la iba a dejar en la casa del tío de Yagu. Después escribimos otras cartas para soldados que no conocíamos. Esas las íbamos a meter en paquetes de cigarrillos que les mandaba el ejército junto con las mantas.
-Mirá si justo le llega mi carta a Tatú -dije yo-.
Sería una casualidad enorme.
Pero, cuando terminamos las cartas, lloramos.
El 14 de junio se terminó la guerra. Era lunes y yo estuve toda la semana pensando que ese sábado lo iba a volver a ver a Tatú. A Yagu también lo quería volver a ver, pero, si no se había enterado ya, iba a descubrir que Caroline se había ido a Inglaterra. Y yo sentía algo raro, como vergüenza de que ella se hubiera ido o algo así. Ni Yagu ni Tatú aparecieron ese fin de semana. Tampoco los siguientes. El tío le dijo a papá que Yagu había hablado para decir que estaba en Campo de Mayo, que en cualquier momento lo iban a dejar salir.
Tardó como un mes en aparecer en la isla. No puedo decir que no lo reconocí porque no sería cierto, pero estaba muy distinto. Rengueaba. Subió los escalones del muelle muy despacio, la pierna derecha subía un es­ calón y la izquierda la seguía al mismo escalón. Se quedó parado ahí. La colectiva se fue. Nosotros corrimos a saludarlo. Mi hermano mayor le dijo que Caroline se había vuelto a Inglaterra.
-Sí -dijo él, aunque no sé si ya lo sabía.
Pero cuando le preguntamos por Tatú nos dijo que no sabía dónde estaba. Y cuando le pregunté más, me dejó hablando sola. Se alejó rengueando hacia lo de su tío. Como a lo mejor se acababa de enterar de que Caroline se había vuelto a Inglaterra, pensé que estaba enojado por eso.
Después pasaba para un lado y para el otro por el caminito, muy despacio, y no nos saludaba.
-No lo puedo mirar -decía mamá.
Yo sí que lo podía mirar. Es más, no podía dejar de mirarlo. Lo perseguía de lejos por toda la isla. Se me había metido en la cabeza que se podía morir y que yo lo tenía que cuidar. Y quería encontrar el momento para preguntarle por Tatú. ¿Dónde estaba mi amigo?
Papá dijo que algunos todavía estaban en Campo de Mayo porque no firmaban un papel. El tío de Yagu le había contado que nada de lo que les habíamos mandado a los soldados había llegado a las Malvinas. Ni las mantas, ni los cigarrillos con las cartitas ni nada. No los dejaban salir si no firmaban un papel donde decían que no iban a contar nada. Papá estaba furioso. Seguro que Tatú no quería firmar el papel y por eso no lo dejaban salir.
Un domingo del segundo fin de semana desde que había vuelto, Yagu se metió en el cañaveral y lo seguí. Era un día feo y frío, y adentro del cañaveral estaba oscuro. Yagu se sentó en uno de los tocones de un círculo que habíamos armado ese verano con los chicos y Tatú. Puso la cabeza entre las manos. Me acerqué y le pregunté por Tatú.
-Dejame en paz -dijo Yagu.
En mi cabeza le empecé a decir cosas. Le explicaba por qué tenía que decirme algo, le decía que yo necesitaba saber, le pedía por favor, hasta me arrodillaba. Pero me había quedado ahí sentada, muy quieta y me había puesto a llorar.
Él levantó la cabeza de las manos y me miró.
-No llores, nena. Por favor no llores -dijo. Pero yo no podía parar.
Cuando Yagu se puso a hablar, no parecía que me estuviera hablando a mí. Se miraba los pies. Empezó a hablar del frío que hacía en las islas, más frío del que yo hubiera tenido en toda mi vida, dijo. Llovía durante días y días. Y soplaba un viento helado y ellos estaban en un pozo, sentados espalda contra espalda y dormían ahí, con los pies en el agua helada. A Tatú se le helaron los pies.
Después dijo algo que quedó suelto.
-No podía correr.
Yo sentía que me había dejado de latir el corazón, ya no lloraba, lo miraba como si me hubiera quedado atrapada en eso que él estaba diciendo.
Nopodíacorrernopodíacorrernopodíacorrer.
Lo dijo varias veces más. Lo decía y me miraba. Me miraba a los ojos como si yo tuviera que contestar algo.
Y después dijo algo que por un momento pareció no tener nada que ver con Tatú.
-Las bombas explotaban por todas partes.
Yo sentía lo que él me estaba diciendo. Lo sentía como un dolor en el cuerpo que no tenía palabras, pero a la vez era como si no pudiera unir esas cosas que él decía. Parecían separadas, separadas entre ellas, separadas de Tatú, y de él, y de mí.
Las cañas golpeaban con ese ruido hueco que hacen al chocarse. Y de repente entendí perfectamente lo que él me estaba diciendo. Pero lo seguí mirando. Necesitaba que me lo dijera con palabras.
-Estaba parado ahí y después no -dijo.
Pero seguía sin decir lo que yo necesitaba oír.
-Yo no miré -dijo.
-Pero ¿y qué? -me escuché preguntar.
Necesitaba oír lo que ya sabía, pero antes de que lo dijera me había tirado al piso.
-A lo mejor no se dio cuenta cuando se murió.
Me abracé a las piernas de Yagu. Cuando se murió. Eso era. Quería golpearme la cabeza contra sus rodillas. Lastimarme. Desaparecer. Yagu también lloraba, se sentó a mi lado, en la tierra. Me abrazó. Gemía. Yo me estaba ahogando con mi propio llanto.
Se había hecho de noche.
En diciembre, antes de Navidad, unos alemanes compraron la casa de Caroline y su papá. Era una familia recién llegada a la Argentina, con dos hijos más chicos que yo y una bebita.
Una tarde, al principio de las vacaciones, me encontré con el alemanito chico en el terreno del fondo. Le pregunté si quería que le enseñara a pescar. Le enseñé a pescar y le enseñé a soltar los peces sin lastimarlos. Lo que más le gustó fue que le dijera "mi hermanito" al bagre.
-¿También es mi hermanito? -preguntó. Le dije que sí.
Fui hasta la punta de la isla, donde no había ninguna casa y me metí en el río. Me había puesto a llorar corno si nunca desde esa tarde en el cañaveral hubiera dejado de llorar. Me dejé llevar por el río. El río con su corriente me iba calmando. Floté, río abajo, hasta el muelle de los ingleses. Salí del agua. Y en un escalón, todavía tibio, me senté a esperar la salida del lucero de la tarde.


(En  Edgardo Esteban (comp.), Las otras islas, Buenos Aires, Editorial Alfaguara, Serie Roja, 2012)